Los padres y las madres no somos perfectos

noviembre 3, 2023

Un padre o una madre que no puede ver sufrir a su hijo, es alguien que no sabe qué hacer con su propio dolor”.

Los padres y las madres no somos perfectos. Dejando fuera algunos casos de crianza francamente negligente, abusiva y violenta, es claro que nadie – por más que se empeñe – es capaz de satisfacer completamente las necesidades de crianza de sus hijos e hijas. Nos equivocamos y nos equivocaremos.

Por eso mismo, y ya como adultos, debemos asumir en el presente las virtudes y deficiencias de nuestra pasada crianza y de aquello en lo que nuestros padres fallaron, porque asumirnos como adultos a cargo de nuestras vidas, sin negar nuestros dolores y alegrías infantiles, además de generarnos bienestar personal, nos permitirá ser mejores padres y madres, y no proyectar en nuestros hijos tanto nuestros traumas y frustraciones, como nuestros anhelos truncados.

En la tarea de educar y de criar a nuestros hijos, nos toca voltear hacia abajo y revisar también cómo estamos educando a nuestros hijos, cuestionar las prácticas y los principios que hemos utilizado en su crianza, así como los temores y retos que enfrentamos. Eso que nos guía para educar ¿Son principios o son prejuicios añejos, presiones sociales, o bien temores y traumas? Aclararnos nos llevará a actuar con inteligencia, amor y sin culpas; con la capacidad de reparar los errores cometidos y de hacernos conscientes de nuestros fallos para recapacitar y redireccionar.

Como dice Samuel Becket: “Fracasa, fracasa otra vez… pero fracasa mejor”.

¿Para qué educar?

El éxito de una buena educación es educar para la libertad responsable. Parece obvio mencionar la responsabilidad como parte de la libertad, pero vivimos tiempos individualistas en los que se exalta el derecho a hacer lo que uno desea sin tomar en cuenta el límite que nos implica la consideración a los derechos e integridad de los demás. E incluyo entre los demás a las personas, los animales y las cosas; a nuestra tierra en general.

Padres y madres, entonces, debemos aspirar a lograr que nuestros hijos conquisten su autonomía, tanto emocional (reconociendo, desarrollando y legitimando sus propios deseos, sueños, necesidades, intereses y valores, aunque esto implique a veces nadar contra corriente), como económica (generando los recursos materiales que necesiten para vivir de manera digna e independiente). Y es que es posible tener independencia económica y carecer de autonomía emocional, pero sin independencia económica es imposible legitimar los propios intereses, necesidades, deseos, valores.

Si nuestros padres fallaron en esta tarea con nosotros, ya como adultos debemos trabajar en ella. A esta conquista se le llama diferenciación, la cual consiste en lograr el equilibrio entre la cercanía – distancia con nuestra familia de origen, y particularmente con nuestros padres si aún viven. La diferenciación implica no tener la necesidad de fusionarnos con nuestros seres amados – aceptando todo lo que dicen, accediendo a todo lo que piden, y temiendo contradecirlos o distanciarnos – ni tampoco, por el contrario, requerir romper del todo con ellos para poder sentirnos libres y a salvo.

Diferenciarse es conquistar la suficiente autonomía emocional y económica para poder hacer valer nuestras necesidades, intereses, sueños y valores, y vivir conforme a ellos, sin necesidad de enemistarnos con nuestra familia para poder ser quienes queremos ser, por un lado, y sin la urgencia de tener que estar con ellos para que nos confirmen, contengan y den seguridad, diciéndonos y validándonos qué hacer, cómo hacerlo y con quién.

De esto se trata educar en la libertad.

Tere Díaz Sendra

Pedagoga, terapeuta familiar y promotora de desarrollo humano

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Los padres y las madres no somos perfectos

noviembre 3, 2023

“Un padre o una madre que no puede ver sufrir a su hijo, es alguien que no sabe qué hacer con su propio dolor”.

Los padres y las madres no somos perfectos. Dejando fuera algunos casos de crianza francamente negligente, abusiva y violenta, es claro que nadie – por más que se empeñe – es capaz de satisfacer completamente las necesidades de crianza de sus hijos e hijas. Nos equivocamos y nos equivocaremos.

Por eso mismo, y ya como adultos, debemos asumir en el presente las virtudes y deficiencias de nuestra pasada crianza y de aquello en lo que nuestros padres fallaron, porque asumirnos como adultos a cargo de nuestras vidas, sin negar nuestros dolores y alegrías infantiles, además de generarnos bienestar personal, nos permitirá ser mejores padres y madres, y no proyectar en nuestros hijos tanto nuestros traumas y frustraciones, como nuestros anhelos truncados.

En la tarea de educar y de criar a nuestros hijos, nos toca voltear hacia abajo y revisar también cómo estamos educando a nuestros hijos, cuestionar las prácticas y los principios que hemos utilizado en su crianza, así como los temores y retos que enfrentamos. Eso que nos guía para educar ¿Son principios o son prejuicios añejos, presiones sociales, o bien temores y traumas? Aclararnos nos llevará a actuar con inteligencia, amor y sin culpas; con la capacidad de reparar los errores cometidos y de hacernos conscientes de nuestros fallos para recapacitar y redireccionar.

Como dice Samuel Becket: “Fracasa, fracasa otra vez… pero fracasa mejor”.

¿Para qué educar?

El éxito de una buena educación es educar para la libertad responsable. Parece obvio mencionar la responsabilidad como parte de la libertad, pero vivimos tiempos individualistas en los que se exalta el derecho a hacer lo que uno desea sin tomar en cuenta el límite que nos implica la consideración a los derechos e integridad de los demás. E incluyo entre los demás a las personas, los animales y las cosas; a nuestra tierra en general.

Padres y madres, entonces, debemos aspirar a lograr que nuestros hijos conquisten su autonomía, tanto emocional (reconociendo, desarrollando y legitimando sus propios deseos, sueños, necesidades, intereses y valores, aunque esto implique a veces nadar contra corriente), como económica (generando los recursos materiales que necesiten para vivir de manera digna e independiente). Y es que es posible tener independencia económica y carecer de autonomía emocional, pero sin independencia económica es imposible legitimar los propios intereses, necesidades, deseos, valores.

Si nuestros padres fallaron en esta tarea con nosotros, ya como adultos debemos trabajar en ella. A esta conquista se le llama diferenciación, la cual consiste en lograr el equilibrio entre la cercanía – distancia con nuestra familia de origen, y particularmente con nuestros padres si aún viven. La diferenciación implica no tener la necesidad de fusionarnos con nuestros seres amados – aceptando todo lo que dicen, accediendo a todo lo que piden, y temiendo contradecirlos o distanciarnos – ni tampoco, por el contrario, requerir romper del todo con ellos para poder sentirnos libres y a salvo.

Diferenciarse es conquistar la suficiente autonomía emocional y económica para poder hacer valer nuestras necesidades, intereses, sueños y valores, y vivir conforme a ellos, sin necesidad de enemistarnos con nuestra familia para poder ser quienes queremos ser, por un lado, y sin la urgencia de tener que estar con ellos para que nos confirmen, contengan y den seguridad, diciéndonos y validándonos qué hacer, cómo hacerlo y con quién.

De esto se trata educar en la libertad.

Tere Díaz Sendra

Pedagoga, terapeuta familiar y promotora de desarrollo humano

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2023-11-03T16:59:22+00:00
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